A la hora que escribo esto falta un minuto para las diez. Estaba sentado en mi alcoba, mi mirada en la ventana, mis ojos en la nada y tu hálito bajo mis pupilas. Por alguna razón se me dio por recordarte. Entre todos los días en los que mi mente divaga y mi barco pierde el horizonte, casualmente te encontrabas tú.
¿Qué puedo decirte que no sepas? El tiempo ha pasado como caminante desconocido, ajeno a tu historia y a las promesas que ya no son más. Habrán pasado ya al menos tres años desde nuestra partida. Hoy, me desperté con tu figura rebuscando entre los pliegues de mi alma, perpetua y sórdida mientras la lluvia mojaba tus labios y empapaba tu cabello.
La visión de tus perfiles en el umbral de mi puerta se confundió con aquel día de enero en el cual decidimos que no había nada más que silencio y soledad en nuestras manos. Mi voz buscaba tu nombre entre sábanas raídas y cartas sin enviar, pero solamente existía la noche. La noche y el recuerdo incierto de tu ausencia.
Y sin darme cuenta, te vuelves una herida. En mis carnes, en el fondo de mi alma desolada y seca, sangran en mi boca los versos que nunca se colaron por tu escote. Lentamente se diluyen entre lágrimas y cuerpos desconocidos. Pasan ya más de las doce, mi pecho sigue sangrando, el reloj sigue su marcha incansable y mis párpados entreabiertos dejan ver la gloria de nuestro ocaso y el blanco inmaculado de tu vestido.
miércoles, diciembre 17, 2008
lunes, noviembre 10, 2008
Te preguntarás el por qué de esta carta, la razón de mi misiva. Es para hablarme de ti y de los desvaríos que todavía atormentan mis noches grisáceas y mis días tristes.
Déjame decirte, que a pesar de todo, a pesar de tantos años, de tantos cuerpos bajo la noche callada, aún todavía suspiran mis sábanas anhelando el tacto del tuyo, mis manos temblorosas e inciertas todavía recorren la efímera silueta que divaga en mis sueños prohibidos. Sé que ya no existe un nosotros, que eso ya es parte de una historia anónima y miradas acusadoras hacia la pared. Sin embargo, a veces el café tiene tu aroma, y a veces, el viento me susurra tu nombre mientras la lluvia besa mis labios. A veces te escribo canciones y poemas, aún sabiendo que tú nunca los leerás. Sé muy bien que ya no me amas, pero sin embargo no lo comprendo. Es difícil amar una idea y aún más difícil aceptar que solamente serás un monumento a la tristeza y a la melancolía que me invade por las tardes, mientras observo el horizonte infinito y el ocaso se vuelve interminable y a la vez, tan breve, igual que nuestra historia.
Las olas me trajeron el perfil de tus formas a la distancia, el sabor a sal en mis labios y los acordes de una canción desconocida; las risas marchitas, aquella bicicleta desvencijada, mis ropas sucias y tus claras pupilas. Sé que el pasado a veces resulta un invitado incómodo, pero no puedo evitar recordarte para olvidarte al instante siguiente. Quizá tú no me recuerdes. Tal vez solamente sea un rostro borroso, o quizás un destello nocturno bañado en incertidumbre y arena mojada.
La playa sigue igual, a excepción de algunos instantes perdidos en el tiempo y algunas gotas de pasión y amargura. Tu dibujo sigue intacto, inmaculado y abstracto; los trazos en carbón y tinta mienten, al igual que mis palabras vacías y tu cabello dorado. El silencio y mi pluma preguntan por tu ausencia y por los surcos en mi piel, yo les hablo de ti y de versos perdidos.
Sí, aún tengo por costumbre mirar al cielo. Hoy se asemeja a un pergamino manchado de lágrimas de luz y voces impávidas. Ya no es el mismo. Hoy no canta tus plegarias. Ya no queda nada. Tan sólo polvo, dolor y mariposas de papel. Nuestra historia se volvió cenizas y tú, cristal azulado e indiferente.
Hace frío, pero no me hagas caso, tú sigue durmiendo.
****
Un par de chicos que contemplaban la escena parloteaban entre sí.
- ¿Lo viste? – Dijo el primero.
- Sí – Nadie sabe a quién le habla.
- Pero viene todos los años este mismo día, ¿verdad? – Murmuró.
- No sé, a veces no se aparece – Contestó la chica
- Ya – Musitó.
-Vámonos, es tarde ya – Anunció él, con voz apagada y sobria
- Está bien – Dijo ella, y tomándose de las manos, desaparecieron con el atardecer.
El acantilado permanecía indiferente al tiempo y a las edades. Abajo, las ondas del mar chocaban impetuosamente contra la pared rocosa, y la carta jugaba con el viento en derredor de las blancas espumas oceánicas. Por un instante, para luego desvanecerse en el crepúsculo creciente.
martes, octubre 28, 2008
Hoy, la ciudad amaneció callada
opacos sus besos, desiertas sus calles
envuelta en su manto de lágrimas perdidas.
Rostros vacíos, miradas hacia ningún lugar
la ciudad está ausente
y un nombre desconocido
resuena en paredes manchadas.
Vuela con alas gastadas, manos herrumbrosas
con párpados cansados y suspiros ahogados
palpita, bajo las nubes henchidas
en un cielo silencioso.
La ciudad está inerte
entre palabras sin sentido, mentes en blanco
con su serena apatía
y sincera hipocresía...
...hoy la ciudad tiene tu aroma.
sábado, octubre 04, 2008
Mi corazón es como un ave enjaulada
y tú, mi alma en llamas
vuela con alas rotas
en el cielo gris de tu olvido
vuela, y al mismo tiempo desfallece
en tu mirada vacía, en tu cuerpo ajeno
mi corazón ha caído en el océano de tu ausencia.
lunes, agosto 11, 2008
Dan las doce en mi reloj, la soledad me invade
eterna, sobria y casi incierta
mi mano busca la tuya
pero sin embargo las cartas ya no regresan
Sin darme cuenta, sin saber a ciencia cierta
nos olvidamos de todo
de ti, de mí, de aquellos momentos
de nuestras promesas vacías y ridículas
de la tarde que pasaba entre guitarra y verso.
Se fueron, como las hojas de otoño en aquel día
no se acordaron del amor nuestro
de la noche tímida, del ocaso en nuestros labios
se olvidaron de decirnos que ya todo había terminado.
Y ahora...
tan sólo nos queda el adiós
tu mirada perdida, la mesa desordenada
la botella vacía y mil años en el destierro
pero tus cartas... ya no regresan.
lunes, marzo 24, 2008
Dime, ¿en qué piensas?
¿acaso en el ayer? ¿o quizás en el mañana?
todavía reposando entre azahares y nubes blancas
tú, mi eterno laberinto de cristal
Dime, ¿en quién piensas mientras duermes?
¿acaso tú? ¿quizás yo?
o simplemente cavilas
mientras sueñas
mientras me das tus manos, me das tus ojos infinitos
mientras me amas y yo te amo
quizás, quizás amor mío
las cosas podrían ser diferentes
si tan solo fuésemos como el papel
entonces todo sería distinto
con aromas a café por la mañana
y besos de porcelana al atardecer
Y entonces...
te escribiría una carta
te arrancaría un verso de los labios
y eso bastaría para perderme de nuevo
en tu mirada de cristal opacado...
sábado, marzo 22, 2008
Somos eternos, tú y yo
como la oscuridad, como las ondas del mar
infinitos como tus labios tristes y fríos
somos tan perfectos
como una mirada vacía
y un millón de voces en la playa de mis recuerdos
como el sabor de tu boca a destiempo
tu desnudez a contraluz
tan irreales, casi transparentes
como el silencio que nos ahoga
y la tristeza que bajo sus brazos nos cobija
somos eternos, tú y yo
y sin embargo tan humanos.
domingo, marzo 09, 2008
Aquella era una tarde cualquiera
los aromas a soledad, las hojas envueltas en terciopelo
la sensacion a destierro y a soledad...
las cartas manchadas
la botella de ginebra medio vacía
todo era tan ordinario y a la vez, tan intrigante
el dormitorio seguía oscuro, las sábanas manchadas
en ellas, el recuerdo de su cuerpo terso
inefable, casi etéreo
como el sabor de sus besos tristes
las ventanas murmuraban
mientras la lluvia comenzaba a caer
como lágrimas del cielo, frías e indolentes
mientras él miraba hacia ningún lugar
la textura de sus manos sobre su cuerpo
su delicada figura
su cuello de diosa eterna
sus pechos pequeños y tímidos
cubiertos de perlas pequeñas, su espalda infinita...
mirando hacia sus manos hizo memoria
del color de sus ojos inciertos
del tono de su voz silenciosa
su espalda blanca, sus labios de miel
del sabor de su sexo, el hálito de su alma
tomó su copa y vio en ella
aquella carta que nunca entregó
aquel te amo que jamás nació de sus labios
el diamante que por sus mejillas resbalaba
y entonces recordó
el peso del adiós.
jueves, enero 10, 2008
Almas sin voluntad
hundiéndose en desesperanza
espíritus errantes
esclavos de sus amos.
voces de las sombras sin límite
son sus dioses
dueños de sus almas, cuerpos sin vida.
una lágrima que cae, una sonrisa rota
dioses de papel, malditas figuras en el corazón del hombre
amados y anhelados
perdición de los que los encuentran
sueños líquidos, codicia eterna
muerte, dolor y caos
estandarte de su gloria oscura
En nombre de Dios
los dioses de papel se mueven
opulencia, sórdida bestia de inmunda figura
silencio, miradas perdidas
conciencia vacía, humanidad desechada...
demonios vueltos billetes
monedas de sangre, esclavos del pecado...
miércoles, enero 09, 2008
No podía pensar en nada. Las voces en mi mente me lo impedían. También el cuerpo en medio del charco de sangre que había frente a mí. El teléfono sonaba, mi cabeza era un infinito laberinto de ideas que se iban y venían a una velocidad vertiginosa. Todo parecía un sueño, más bien una pesadilla surrealista, a mi alrededor las paredes parecían encogerse, parecían tragarme con sus mudos gritos. Golpes que se escuchaban a la distancia. Sorprendentemente no escuchaba nada, sino el silencio de un horizonte y los gritos de una mujer. Me vi en el espejo y no había nada, tan sólo lamentos y sombras. Trate de convencerme a mi mismo de que todo estaba bien, pero los casquillos en el piso y las manchas en la alfombra negaban aquella versión. Mi corazón latía muy despacio, quizá se había parado ya y no me había dado cuenta. La tormenta que arreciaba mi ventana aullaba cual lobo herido, mostrándome sus dientes de relámpago y su oscura boca vestida de negras nubes de tempestad. Respiraba dificultosamente, mientras trataba de recordar lo que nunca habría de volver, lo que se había ido ya a través del cañón de una pistola y ciertas miradas de terror y agonía reflejadas en mi vacía alma. La puerta sonaba sin cesar, casi tanto como las sirenas en las afueras de mi casa. Decidí caminar para olvidar lo que había pasado. Cerré los ojos lo más fuerte que pude, pero nada había cambiado. Todo seguía igual. La sangre en el piso, la mesa vacía, la cama desordenada. Todos seguíamos ahí. El cuerpo, la bala, mi mano ensangrentada. Muy dentro, todos éramos iguales. Polvo. Soledad. Dolor...